La violencia se genera con la pérdida de la inocencia.
Como la enseñanza laicista ignora el pecado y se burla de la moral,
y lo mismo hacen múltiples programas de la televisión,
toda solución que se proponga no puede ser sino parcial e inoperante al final.
Se vuelve una trampa. El mal vuelve a brotar tan pronto como tiene oportunidad.
Como la enseñanza laicista ignora el pecado y se burla de la moral,
y lo mismo hacen múltiples programas de la televisión,
toda solución que se proponga no puede ser sino parcial e inoperante al final.
Se vuelve una trampa. El mal vuelve a brotar tan pronto como tiene oportunidad.
La violencia llega al hombre desde el exterior:
del Padre de la mentira y Asesino desde el comienzo: Satanás.
Por eso nuestra propuesta es:
No a la represión, sí a la conversión.
La violencia se genera con la pérdida de la inocencia.
La mentira, al comunicarse, produce el engaño;
el engaño para operar necesita de la astucia;
la astucia requiere de la malicia para ser eficaz;
la malicia hace perder la inocencia,
y la pérdida de la inocencia separa de Dios.
Sólo Dios es inocente, porque aborrece el mal,
no hace mal a nadie, no mata: es in-nocens.
Rechaza toda violencia.
Por eso, sólo la inocencia y el inocente Jesucristo,
víctima de la violencia humana, puede curar la violencia.
La violencia sólo se cura con la misericordia
y con el perdón. Con el amor.
Al contrario, detrás de la mentira está siempre su padre,
el Mentiroso, que es también el Asesino primordial.
No confundir la inocencia con la ingenuidad.
El ingenuo confunde el mal con el bien
y el bien con el mal, y cae en sus redes;
el inocente, en cambio, los distingue perfectamente,
pero no sigue el mal, aunque sí lo padece.
El inocente ve el mundo y el mal que lo habita,
desde el bien que lleva en su corazón.
Tiene la mirada limpia y todo lo ve sin malicia,
pero no con ingenuidad. Es paloma y serpiente a la vez.
Sabe bien en qué terreno se mueve y a qué altura debe volar.
Así han sido todos los santos.
Jesús tenía la mirada clara, pero no ingenua.
Detectaba el mal, pero alcanzaba a ver y a amar al pecador.
El pecador -el ser humano-
es más grande, vale más que su pecado.
De aquí la norma sabia:
Odiar al pecado, pero amar al pecador.
En el pecador siempre está la imagen y semejanza de Dios,
y Dios se mira y se ama a sí mismo en ella,
aunque esté lastimada, no borrada, por el pecado y el crimen.
Siempre hay esperanza para el pecador.
No se puede erradicar la violencia
sin quitar el pecado, su causa.
Hay que devolverle al hombre su inocencia,
devolverlo a su origen, a su verdad:
"Hasta que vuelvas a la tierra,
pues de ella fuiste tomado.
Porque eres polvo y al polvo volverás" (Gn 3, 17s).
Estas palabras se refieren a la muerte,
sí, pero sobre todo vuelven al hombre a su origen,
a su identidad primera.
Quería ser como Dios,
ahora tiene que volver a su origen,
a su inocencia creatural, al polvo.
El olvido de Dios es la destrucción del hombre.
El pecador tiene que desinflar su ego
y cubrirse de "polvo y ceniza"
tirado por tierra en señal de arrepentimiento.
No hay otro remedio contra la violencia,
que la humildad. Yo pecador.
Dios se declara "guardián" de Caín,
el que se negó a ser guardián de su hermano.
No es ingenuidad, sino vuelta al origen, a la inocencia.
Dios sigue siendo in-nocens, no mata ni al criminal.
Otra cosa será que él se busque la muerte.
Ahora es Dios quien guarda el asesino,
y así cierra el paso a la violencia. No matarás.
Toda violencia humana es contra un hermano,
un prójimo, nos afecta necesariamente.
Dios nos invita a imitarlo,
siendo "guardianes" de nuestros hermanos.
Monseñor Mario de Gasperín Gasperín.
Obispo de Querétaro,
Obispo de Querétaro,
VIOLENCIA: ANOTACIONES Y REFLEXIONES
ZENIT.ORG
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